Texto traducido del original en francés. También disponible en inglés:
YO, JUDÍA ARGELINA, NO HE
OLVIDADO LOS CRÍMENES COLONIALES DE FRANCIA
Por Ariella Aïsha Azoulay
La autora de esta columna es
descendiente de judíos argelinos, responde a Benjamin Stora y le recuerda el
genocidio cultural de la Francia colonial en Argelia que tuvo como víctimas a
todos los argelinos sin distinción de religión. Una columna sumamente
interesante que debemos leer porque nos habla de una historia no escrita a la
que B. Stora suma sus "grandes omisiones".
Estimado
Benjamin Stora:
En
2017, el presidente francés Emmanuel Macron reconoció que la colonización de
Argelia fue un crimen contra la humanidad. Como muchos otros, esperaba leer su
informe recientemente publicado sobre el tema, que usted redactó a petición del
Presidente. Sin embargo, después de leerlo, estoy consternada por la falta de
discusión sobre los Crímenes Imperiales; no comprendo estas omisiones. Aunque
hay muchas, me centraré en una de ellas: la destrucción de las culturas judías
en el Magreb.
Como
usted, tengo un interés personal en estos asuntos. Nací en 1962, el año en que
terminó la guerra (de independencia), cuando mi familia, la suya y la de otros
140.000 judíos se vieron obligadas a abandonar Argelia, consecuencia directa de
su larga colonización. Como señaló usted en su libro de 2006 Los tres exilios de los judíos de Argelia,
otros dos exilios precedieron a este. El primero ocurrió en 1870, cuando el
decreto Crémieux separó a los judíos del resto de la población argelina y los
transformó en ciudadanos franceses en su propia tierra; el segundo en 1940,
cuando el gobierno de Vichy revocó este decreto y la ciudadanía francesa que lo
acompañaba. Su libro me resultó muy útil, hace más de diez años, cuando empecé
a cuestionar la identidad fabricada que me había sido atribuida al nacer: “la
israelí”.
Cuanto
más estudiaba las estructuras creadas para disociarme de mis antepasados judíos argelinos, menos me
reconocía en esta identidad asignada. La rechacé dos veces:
primero como una forma de pertenencia, luego como un modelo imperial de la
historia: un esfuerzo por marcar un nuevo comienzo (en 1948), una ruptura entre
lo que se ha hecho, "el pasado” y lo que se permitió que fuera el futuro.
La creación del Estado de Israel proclamó afiliaciones y formaciones anteriores
sea inexistentes (Palestina), sea inapropiadas (judíos argelinos, judíos
iraquíes, etc.). Desvalorizó la singularidad de varios grupos de judíos, los
remodeló y se les incluyó en un grupo indiferenciado.
Este
movimiento efectivamente prosiguió el proyecto napoleónico que consistía en
regular la vida judía, haciendo del “pueblo judío” un sujeto histórico-
nacional que solo se puede realizar plenamente al crear un Estado soberano
propio.
Cuando
comencé a recopilar historias y recuerdos de lo que éramos, los judíos
argelinos, hasta no hace mucho, noté un parecido sorprendente entre la
identidad colonial que me fue atribuida y la que se atribuyó a mis antepasados
argelinos en 1870. Mi padre dejó Argelia para ir a Israel en 1949, y el resto
de mi familia tuvo que irse en 1962 a Francia, dejando atrás más de dos
milenios de vida árabe judía en el Magreb. Podemos decir que somos de origen
argelino, pero el colonialismo destruyó el mundo común en el que se materializaba
esta identidad.
Cuando
a mis antepasados se les hizo ciudadanos franceses, no dejaron de ser
colonizados; "concederles" la ciudadanía colonial como colonos era
otra forma de colonización francesa, no su final. De hecho, fue el principio de
un proceso de desarraigo. Los judíos fueron separados del pueblo entre el que
vivían y con quien compartían lenguas, cosmologías, creencias, vivencias, tradiciones, paisajes, historias y
recuerdos. Algunos judíos argelinos aceptaron la ciudadanía francesa, pero en
1865 la mayoría se negó a solicitarla. Los tres exilios que describe en su
libro son ejemplos del alto precio que pagaron los judíos por la ciudadanía de
sus colonizadores, una decisión que también afectó a sus descendientes.
El
hecho de que algunos hayan decidido aceptar esta decisión, y que luego
encontraran la manera de sacar provecho de su ciudadanía, no quita nada al
carácter colonial del procedimiento que empuja a las personas a devenir
diferentes de lo que son.
Estudiar
el vínculo entre estas dos identidades de colonizadores, los franceses y los
israelíes, me ayudó a comprender el papel que desempeñaban al servicio de los
intereses de las grandes potencias coloniales europeas: a saber, disociar a los
judíos de los árabes y musulmanes e incorporarlos en la construida "tradición judeocristiana". Por
supuesto, algunos judíos se ofrecieron como voluntarios para ubicarse en el
“marco más amplio de la civilización occidental”, como lo describe Susannah
Heschel.
Pero
este hecho sólo demuestra el papel importante que el ataque colonial contra la
diversidad humana y su incitación para "asimilar" tuvieron -y siguen teniendo- en el proyecto colonial.
Cuando los judíos del Magreb y de Oriente Medio fueron asimilados por la fuerza
a la figura europea del judío como ciudadano, fueron entrenados para considerar
a árabes y musulmanes como personas a parte. Y a través del Estado de Israel,
han acabado por verlos como sus enemigos.
Desafortunadamente,
este contexto está totalmente ausente de su informe, que no menciona en ningún
momento a los tres exilios de los que hablaba en su libro. Sin embargo, el
primer exilio se debería comprender como el contexto en el que se pudo crear el
Estado colonial de Israel -basado en la destrucción de Palestina. Y cuando tuvo
lugar el tercer exilio en 1962, Israel ya había cimentado la enemistad entre
judíos y árabes en una fijación de la condición judía. Para decirlo sin rodeos,
el Estado de Israel funciona, entre otras cosas, como liquidador de la
responsabilidad francesa por los crímenes coloniales de Francia contra los
judíos en Argelia y en otros países musulmanes.
En
esta transacción, la ciudadanía colonial y un estado judío colonizador son
“obsequios” coloniales destinados a reembolsar a sus víctimas con moneda
colonial para mantener el proyecto colonial. Con la ciudadanía francesa
"concedida" y un Estado-nación judío, se supone que los judíos del
imperio y sus descendientes simplemente deben seguir adelante, olvidar el mundo
destruido del que todavía podrían ser parte y, en cambio, convertirse en parte
del mundo imperial, ciudadanos-operadores de tecnologías que continúan
perpetrando crímenes contra la humanidad.
No
considero que los crímenes imperiales sean hechos pasados; siguen vigentes, y
las instituciones, estructuras y leyes que las hacen posibles todavía deben ser
desmanteladas y abolidas. Por lo tanto, me niego. Estos regateos no terminan
con la colonización, sino que la perpetúan. Facilitan el nombramiento de
ciertos judíos para perseguir a otros judíos que continúan luchando por la
completa descolonización de todos aquellos que han sido y son colonizados y de las
instituciones que fueron creadas para el proyecto colonial. Nuestros
antepasados en el Magreb fueron víctimas directas de la violencia colonial, aun
cuando poco a poco fueron aceptando el regateo que les impusieron estos tres
exilios.
¿Deberíamos
nosotros, sus descendientes, aceptarlos y estar sujetos a ellos? ¿No tenemos
derecho a continuar la lucha contra el colonialismo francés y el colonialismo
israelí y luchar para revertir el curso de los crímenes imperiales?
Creo
que no solo tenemos el derecho, sino la obligación de hacerlo. No considero que
los crímenes imperiales sean hechos pasados; siguen vigentes, y las
instituciones, estructuras y leyes que los hicieron posibles aún deben ser desmanteladas
y abolidas.
La
historia no puede generar el milagro que los arquitectos imperiales esperan de
ella: hacernos creer que los crímenes imperiales terminaron cuando los
imperialistas han reconocido sus crímenes. Su informe cumple una función
similar, intentando relegar estos eventos al pasado, incluso si perduran en el
presente.
De
hecho, su informe ilustra lo que propongo llamar el cuarto exilio de los judíos
argelinos: su eliminación de la historia de la colonización de Argelia. En 160
páginas, su informe ofrece solo dos párrafos sobre una comunidad judía que antaño
existía en Argelia. En realidad, no se trataba solo de una comunidad, sino de múltiples
y diversas comunidades judías árabes bereberes.
Sólo
por el crimen colonial contra la humanidad se vieron obligados a convertirse en
una, como preludio de su desaparición. La liquidación de estas comunidades
antiguas, por lo tanto, se presenta en su informe como un “no evento” y se
califica como una señal de progreso. No se hace mención de los crímenes
perpetrados contra ellas: los tres exilios, el antisemitismo europeo importado,
la reeducación forzada, la separación de su cultura, el confinamiento en campos
de concentración argelinos.
La
eliminación de esta historia refleja los regateos coloniales que hizo de estos
exilios las supuestas "ganancias" de los judíos, su entrada en el
mundo ilustrado de la modernidad secular. Por tanto, usted ha proporcionado al
Estado francés la "prueba" científica de que su colonización estaba
dirigida exclusivamente a los musulmanes y bereberes (se supone que estos
últimos excluyen a los judíos). Estas omisiones tienen graves consecuencias.
Habiendo sido afectada por los proyectos coloniales franceses e israelíes de
ingeniería humana, no fue hasta los cincuenta años que pude reconstruir la
historia de miles de años de vida judía en el Magreb y adquirir ciertos
recuerdos de mis antepasados que me fueron negados en el proceso de hacer de
nosotros unos buenos ciudadanos del imperio.
Para
esta eliminación de los judíos de 132 años de colonización, se debe considerar
que la violencia imperial es un progreso. De lo contrario, ¿por qué borrar a
este grupo de la historia del proyecto colonial francés? ¿Pero es tan fácil aprobar
esta “historia” de progreso? ¿Eligieron los judíos ser el objetivo del
antisemitismo de los colonos una vez que se convirtieron en franceses? ¿Quisieron
salir de Argelia en 1962? ¿Decidieron ser cómplices del final de la vida judía en Argelia? ¿Firmaron una salida
colectiva del mundo de sus antepasados? ¿Cómo llegó usted a asumir el papel de
enterrar este mundo?
Esta
última pregunta, por qué fue usted elegido para escribir este informe, requiere
una atención especial.
Más
allá de sus conocimientos, creo que no soy la única que piensa que fue
seleccionado en parte porque es judío y por la posición del judío en el
proyecto colonial. Es difícil hablar abiertamente sobre esta posibilidad en un
momento en que el significado del antisemitismo está en manos de los
Estados-nación imperiales que apoyan el desastre del régimen del Estado de
Israel. No obstante, tenemos que pensar en lo que esto significa.
El
hecho de que el gobierno eligiera a un judío para escribir este informe no es
una coincidencia, sino una trampa. En este mundo todavía imperial, se espera
que los judíos actúen como ciudadanos vírgenes, para demostrar, como escribe
Houria Bouteldja, su "deseo de fundirse con la blancura... de encarnar los
cánones de la modernidad". Esta posición fue creada por al menos tres acuerdos
imperiales que no se deben cuestionar. El primero es el mercado de la
ciudadanía: un buen ciudadano francés de origen judío no puede sino dejar su
judeidad en casa, especialmente en el ejercicio de su profesión.
Ya
en su libro, usted demostró este tipo de patriotismo francés al presentar a
estos tres exilios de los judíos como hechos pasados, objetos de una investigación
histórica. Su vida en común con los musulmanes habiéndose convertido en un
pasado difunto, podían integrarse en la historia europea.
El
segundo acuerdo acepta el Decreto Crémieux tal como lo concibieron sus
arquitectos, como la concesión de un regalo en lugar de un uso unilateral de la
fuerza, que contribuyó a la destrucción de sus diferentes formas de vida. Esta
representación omite la forma en que el Decreto robó a los judíos su herencia,
su mundo y sus tradiciones.
El
tercero asume que Francia ya había saldado sus deudas con "el pueblo
judío" como sujeto histórico en 1995, cuando la nación admitió su
responsabilidad en la deportación de los judíos de Francia durante la Segunda
Guerra Mundial. No importa que los crímenes de Vichy contra los judíos
argelinos tuvieran lugar en Argelia y que su vida en Argelia no pueda ser
transportada retroactivamente a Francia. Al aceptar estos acuerdos, su informe
se presenta como una historia imparcial, haciendo avanzar concienzudamente la
misión del Estado. Pero este es exactamente el problema. No hay nada solemne en
participar en crímenes imperiales.
El
Imperio inventó el pasado y encargó a archivadores e historiadores que
convirtieran sus crímenes en objetos históricos de investigación imparciales.
Incluso utiliza a sus víctimas para afirmar que no se ha cometido ningún delito
contra ellas. Para resistir a estas limpiezas imperiales, no debemos ser
imparciales: debemos exigir en particular que sean las víctimas de estos
crímenes que escriban la historia. Sólo aquellos que se niegan a olvidar, que
pueden hablar desde este punto de vista, son capaces de deshacer la obra del
imperio y hacer avanzar la causa de lo que yo llamo desaprendizaje del
imperialismo. No se debe permitir que ningún historiador cometa omisiones tan
importantes. Tampoco debería usted suponer que las víctimas de los crímenes
coloniales y sus descendientes aprueban estos acuerdos cuyo sentido era y sigue
siendo la liquidación de su mundo diverso.
En
lugar de servir a este proyecto imperial, su informe podría haber ofrecido un
repertorio sin concesiones de los crímenes franceses cometidos contra argelinos
y de los crímenes coloniales contra la humanidad. Pudo haber dibujado la
cartografía de los vínculos entre estos crímenes y las instituciones
imperiales: policía, prisiones, capitalismo racial, archivos, museos,
ciudadanía, etc. - que les permitió y sigue facilitando sus consecuencias en
Francia, en particular en lo que respecta a los argelinos, víctimas a la vez de
la islamofobia y del antisemitismo de Estado.
Si
hubiera respondido a esta invitación, afirmando su posición de árabe-judío,
víctima de la colonización francesa de Argelia, también hubiera podido pedir firmar
el informe junto con un argelino musulmán francés. Esto habría brindado la
oportunidad de hacer un recuento más completo de los crímenes imperiales y de sus
consecuencias persistentes, y de derrocar al quinto exilio de los judíos: su
alienación de los árabes y musulmanes en el nuevo mundo que tuvieron que
compartir fuera de su tierra natal, en Francia.
Con
estos gestos, incluso un informe oficial podría haber brindado a nuestros
descendientes los recursos para continuar la labor de abolición del
imperialismo. Sin ellos, su relación solo sirve para enraizarla.
Ariella
Aïsha Azoulay